Tomar decisiones basadas en datos
Todos los universitarios, y los veterinarios también lo somos, conocemos la campana de Gauss, su gráfica y su significado. Sabemos que la campana de Gauss es la representación gráfica de la frecuencia con la que un dato sometido a un estudio estadístico se repite y que, en general, suele ocurrir que hay un bloque central alrededor de la media y excepcionalidades por exceso y por defecto. Para ser eficientes tenemos que tomar decisiones sobre el núcleo próximo a la media y despreciar las excepciones.
Pues algo que se entiende fácil de manera racional y que todos los gerentes de empresa utilizan cada día porque da excelentes resultados en la gestión, a los veterinarios nos cuesta aplicarla rutinariamente en la dirección de nuestra clínica.
En mi modesta opinión y después de más de treinta años de dirigir una clínica veterinaria, creo que hay dos motivos fundamentales para no tomar en consideración el uso racional de la campana de Gauss. El primero tiene que ver con nuestro espíritu. Somos una profesión vocacional, con la dominancia de la emotividad que eso exige. En segundo lugar la deformación profesional. Nuestro cerebro ha sido educado desde la universidad para buscar y dar importancia a todos los detalles negativos, es decir, buscamos la patología . Nos han enseñado a detectar el mínimo signo de enfermedad y darle un gran valor, porque nos ayuda a algo tan importante como el diagnóstico.
Con este bagaje nos cuesta tomar decisiones racionales, desoyendo nuestras intuiciones y nos resulta aberrante ignorar los detalles, las excepciones.
Este mal uso de la campana de Gauss es uno de los motivos por los que la rentabilidad de nuestras clínicas se resiente. Alguien dirá, también la subida del IVA, la plétora de clínicas veterinarias, la ley del medicamento… disminuyen la rentabilidad de las clínicas. Sí es cierto. Pero resolver todas estas situaciones externas no está en nuestras manos (al menos como veterinarios individuales) y aplicar bien la campana de Gauss sí.
En las tertulias cerveceras posteriores a los cursos y congresos, cuando la sinceridad aflora, salen comentarios que ratifican esta teoría.
¿Cuántos tenemos o hemos tenido un ecógrafo, acumulando más polvo que las facturas que genera, por culpa de un “subidón” que nos dio un mes que tuvimos unos cuantos cardiópatas y que luego no tuvo continuidad en el tiempo?
¿Cuántos hemos sentido la necesidad de prolongar el horario al público o lo hemos hecho por los comentarios insistentes de cuatro clientes que nos convencieron de lo bien que les vendría poder ir a la clínica a mediodía? ¿Hemos contratado a alguien o hemos cambiado horarios?¿Hemos llegado a rentabilizar ese nuevo puesto que tuvimos que generar? ¿Hemos solucionado el malestar causado a nuestro personal por hacer la cuadratura del círculo con los turnos de los componentes del equipo?
¿Cuántos han pasado de ser una clínica de éxito muy rentable a un hospital 24h por oír cantos de sirenas que alimentaban un ataque de megalomanía, sin un estudio racional, campana de Gauss incluida, con lo que supone de incrementos de costes, aumento de los problemas de recursos humanos, rotación de puestos, pérdida de la calidad de servicio, deterioro de la salud personal, disminución de la rentabilidad y a fecha de hoy pactarían con el diablo para volver a ser aquella clínica rentable inicial si no fuera por orgullo profesional?
Dediquémonos a tocar todas las “campanas” de nuestras clínicas, para mejorar los resultados obtenidos y subir nuestra autoestima. Y cuando “la campana de Gauss” diga que la inmensa mayoría de los veterinarios de este país tenemos la autoestima por las nubes, estaremos libres de envidias y de miedo a perder algo. Así, y sólo así, tendremos alguna posibilidad de enfrentarnos con éxito a las amenazas de nuestro entorno que ahogan nuestra profesión.
Mientras tanto seguiremos siendo unos “Quijotes” que consideran al resto del mundo como gigantes quiméricos responsables de sus males, contra los que hay que agotarse si es preciso, en una lucha pírrica imposible de ganar. Todo antes de reconocer que nuestros enemigos somos nosotros mismos y que no hacemos más que “echar balones fuera” para no luchar contra nuestras debilidades.
Esto no es más que una reflexión, personal, en voz alta. Hay muchos compañeros veterinarios con comportamientos intachables en todos los aspectos, pero hoy por hoy no son suficientes y tienen poca repercusión social, por eso no es el rostro de la profesión que la sociedad percibe.
Cuando le dije a mi abuelo que iba a ser veterinario, allá por el año 1979 él me dijo ¡Ah! capador. Hoy en día, los veterinarios somos conscientes de los avances de esta maravillosa profesión, pero si miramos las redes sociales y los anuncios de clínicas veterinarias, la sociedad sigue pidiendo al veterinario que sea capador y barato.
Entonces, la cara que aprecia nuestra sociedad de nosotros ¿es la misma que hace treinta y siete años?.
Jose Antonio Carrillo